Ruta 3. Un visita a las Ermitas de Quintanar


Testimonios en silencio. Los rincones de nuestra devoción

Las ermitas cristianas suelen haberse creado un sereno apartamiento que oculta las vicisitudes de su historia particular, la mayoría de las veces padecidas en las dificultades de su construcción, ante la amenaza del abandono y la ruina o debidas a la opresión de más nuevos edificios que las aprietan con su altura desafiante y su inagotable tráfico. El visitante de Quintanar puede conocer hasta siete de estas ermitas, algunas breves y recoletas y otras dignificadas con una atención colectiva que se manifiesta en el portentoso tamaño y las elevadas campanas. No obstante, aconseja esta guía al viajero que en la ruta propuesta aquí no busque más grandeza que la del espíritu: el propio, que se verá recompensado con el sosiego de los lugares, y el de quienes lo precedieron antiguamente en el ejercicio de la devoción religiosa.

De la ermita de Santa Ana se sabe que ya estaba edificada en 1537. Por tan antigua edad cabe suponerle habituales deterioros, lo que obligó a aplicarle repetidas reparaciones, hasta hoy, que conserva una estampa aceptable y digna. Adorna la ermita un discreto arbolado, con su sombra privada y su revuelo de gorriones.

El lugar fue testigo de luctuosos hechos. Acérquese el visitante a conocer el rollo o picota que se levanta enfrente de la ermita.

La singular pieza era símbolo de prevención pues los foráneos que llegaban a la villa advertían gracias al rollo que había en Quintanar jurisdicción civil y criminal. Toda falta o delito sufrirían pena y castigo públicos; y avisado quedaba el caminante. La historia de las ermitas va unida a la de sus devociones.

La conocida ermita de San Antón, con una nave que conserva su antiquísima artesa original, valió de primero a la adoración de San Blas y San Cristóbal. Pero una mayor ventaja debió exhibir para los vecinos San Antonio Abad, que se ganó preferencia y titularidad conservándola sin competencia hasta nuestra fecha. A la historia de las devociones se une igualmente la sincera expresión del pueblo; y esta ermita y su santo son ejemplo de la hermandad entre el sentimiento religioso y el deseo de celebración colectiva. En la explanada que antecede a la ermita concurren devotos y vecinos a celebrar, con verbena y hoguera, la festividad del patrono, hacia el 17 de enero de cada año.

No envidia a la hoguera de San Antón la que arde, a finales del mismo enero, en la festividad de San Sebastián. En su propia ermita, hoy de blanquísima estampa, los cofrades y vecinos de la villa participan en una popular celebración. La ermita de San Sebastián encabeza el original “barrio del toledillo”, primer núcleo urbano a partir del cual creció lo que hoy es Quintanar. A la espalda de la ermita ascienden calles densas y apretadas dignas de conocerse. Vale no obstante, merodear en su plaza y buscar un asiento donde disfrutar el sol propicio.

Subiendo por la calle y carretera de Villanueva se alcanza la ermita de la Virgen, que se hizo sobre una antigua edificación del siglo xvi. A pesar de su reducida dimensión, la ermita revela con sus soluciones arquitectónicas el interés que siempre le cedió la villa, adornándose de un amplio espacio ajardinado donde el viajero agradece el silencio y la oportunidad del reposo.

La reciente ermita de San Juan, adosada a edificaciones urbanas, recupera una antigua devoción quintanareña y trae hasta estos siglos actuales la tradición de ofrecer a los santos un lugar propio a su veneración.

Sugerimos al visitante que finalice su itinerario junto a la más celebrada de nuestras ermitas. La historia de estos lugares de devoción se infiltra en la historia misma de los pobladores que los edifican.

La ermita de la Virgen de la Piedad fue, antes que recinto cristiano, una reducida sinagoga en nuestro antiguo barrio judío. Llegar hasta la ermita obliga al viajero a recorrer calles que fueron siglos atrás ocupadas por aquellos vecinos.

Tras su expulsión, la sinagoga pasó a ser ermita que, lenta pero seguramente, ensanchó su original espacio hasta convertirse en el templo que hoy nos distingue.

Su elevada torre demuestra que sus campanas convocaban a numerosos devotos. Hoy, a los corrales y callejones judíos sustituye una glorieta con fuente y jardín que a todos, viajeros o lugareños, se ofrece con humilde postura.

No podemos olvidar la ermita de San Isidro, situada en la pradera del mismo nombre, o la ermita de San Cristóbal, en la carretera de los Hinojosos, pero ellas dos dan para otra ruta por los parajes quintanareños.

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